jueves, 5 de febrero de 2009

La Paradoja Francesa

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Hay una eterna discusión entre quienes aseguran que beber vino es benéfico para la salud y quienes afirman que es un paso más hacia el alcoholismo.



Una línea muy delgada separa al consumo moderado y saludable de bebidas alcohólicas del de riesgo; desde hace varios años científicos han investigado los posibles beneficios, específicamente del vino tinto en relación con algunas enfermedades cardiacas, sin embargo el consumo de alcohol siempre ha estado ligado con problemas como la presión sanguínea alta, el cáncer, la apoplejía, el suicidio, los accidentes automovilísticos, el maltrato físico, la obesidad, la insuficiencia cardiaca y las enfermedades hepáticas.

Aunque suene contradictorio, los beneficios y los defectos de consumir alcohol no se contraponen, ambos son ciertos, el asunto reside en la cantidad de alcohol que se ingiera, y ahí está la solución o el problema.

El asunto con el vino tinto, específicamente comenzó en 1989, cuando la Organización Mundial de la Salud realizó el proyecto Mónica, cuyos resultados los llevaron a crear la “paradoja francesa” cuando se dieron cuenta de que las personas mostraban altos niveles de colesterol, (por el alto consumo de mantequillas y quesos) y, sin embargo, presentan una mortalidad baja por problemas de corazón.
La explicación se buscó en la dieta mediterránea, rica en frutas, verduras y vino, ya que otros factores de riesgo como el tabaquismo no parecían influir en los resultados; finalmente, los investigadores le atribuyeron un papel clave al consumo moderado de vino.

Los estudios demostraron que las personas que consumían vino tenían una incidencia decreciente de problemas cardiovasculares, también se detectó que aquellos que tomaban más de dos vasos por día se morían mas debido a otros problemas de salud, como cirrosis, depresión, hipertensión, daño al miocardio y arritmias.
Entonces iniciaron analizando los componentes no alcohólicos del vino tinto y los taninos que contiene, que son sustancias naturales astringentes y amargas que proceden de la maceración de la uva y de la crianza en madera. Esta sustancia actúa también como tónico, que se manifiesta en niveles físicos y mentales como un medio natural de recuperación o en períodos de convalecencia y durante enfermedades infecciosas.

El proceso de envejecimiento y las enfermedades se deben a la oxidación de las células a causa de los radicales libres, que se pueden combatir incluyendo vitamina C, vitamina E y betacarotenos en la dieta, y llevando una alimentación balanceada con dosis de levaduras y frutas frescas, aceite de oliva y vino tinto con moderación.
Se descubrió que el pellejo de las uvas negras contiene un amplio rango de compuestos fenólicos, principalmente ácidos, flavonoides y resveratrol que tienen la capacidad de funcionar como antioxidantes en el cuerpo.

El resveratrol, que abunda en la piel de la uva negra, estimula unas enzimas celulares que regulan el envejecimiento, por lo que algunos investigadores aseguran que previene enfermedades geriátricas como el Alzheimer.

Aunque todos estos estudios son reales y los beneficios del consumo moderado de vino en la salud son un hecho, hay que tener mucho cuidado con las cantidades de alcohol que se beben. Los especialistas recomiendan beber entre dos copas de vino tinto con la comida diaria, pero depende de las características individuales de la persona. Sin olvidar que por cada 10 personas que comienzan a beber, una se vuelve alcohólica, de acuerdo con la Fundación de Investigaciones Sociales A.C.

Ningún médico o científico promueve el consumo de vino como medida preventiva de salud, en cambio insiste en recomendar dejar el tabaco, realizar actividad física constante y llevar una dieta balanceada. Si, el vino tinto es rico y puede ser bueno para la salud, pero sólo si se bebe con moderación; cada persona debe ser consciente de que un trago de más puede cruzar la delgada línea que lo lleva por el camino equivocado.

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